¿Les conté la historia de Pasillito? Pobre Pasillito. Fue a la plaza a despedir a su querido ex presidente, estaba hecho pomada. Pero no pudo terminar de sentir el pésame. Se tuvo que ir antes. Y no era la primera vez que le pasaba, incluso en plazas menos tristes. El tipo quería ser militante. Era una señal que leía en la época y que leía bien. Ese no es el problema. Ni siquiera es un asunto estrictamente político, sin dejar de ser popular. Le pasaba en la cancha cuando era pibe y en los conciertos de Rock. Le pasa todos los días en las paradas de los colectivos. Basta que un montón se junte para que ocurra. Pobre Pasillito.
Como todo el mundo sabe, en las muchedumbres están los que van y los que vienen, los que se encuentran con amigos, quieren un pancho o una coca, avanzan, retroceden, se acercan al escenario o se marchan. Naturalmente, tienen que pasar por algún lado, abrirse paso por las partes menos apretadas. Y existe una habilidad que concierne a saber moverse al interior de la masa, sin encontronazos ni atascamientos. Lo que no es natural de ningún modo es que todos elijan “naturalmente” pasar por donde está Pasillito. Por adelante, por atrás, por los costados, a veces por los cuatro lados a la vez: todos encuentran en Pasillito un camino abierto. Además, como se sabe, basta que se mande el primero por un lado, para que el camino le quede abierto al segundo, al tercero, y a este le siguen cuartos y quintos, a menos que uno sepa cerrar el paso. Y hay que saber hacerlo, si uno quiere ocuparse alguna vez de las acontecimientos que lo convocan (los codazos de las viejecitas, los cigarrillos a la altura de los ojos de los hijos de puta, los abrazos, saltos y avalanchas de los chupandines y los pandilleros, cierto mal olor que se adivina al leer una silueta, etc.). A esta última habilidad que en alguna medida cualquiera posee, menos Pasillito, se debe que todos los caminos confluyan en él, desde los confines de la multitud (un asterisco visto del cielo, que parece divertir a los de arriba, dioses o helicópteros). A veces piden permiso, otras lo empujan. Llegado el caso, Pasillito ha cedido el lugar preventivamente, para dejar pasar, pero los otros se han quedado con ese lugar, no lo han devuelto. Y había que verlo entonces en puntas de pie, sin respirar, entre dos gordos, maldiciendo bajito. Pobre. La razón, sin embargo, no es meramente de tamaño (no es un camionero enorme y tatuado, claro está). En la parada del colectivo muchos son los enanos y las pequeñas mujeres, entre delgaditas y anoréxicas, pero lo mismo los transeúntes lo eligen a él para acortar camino. Hay algo más, ¿cómo decirlo? ¿Cuestión de piel? Un amigo me puso en al pista. Tenía una entrevista en la Biblioteca Nacional. Se abrió la puerta del salón donde iba a encontrarse con H. González: salieron 5 gremialistas. De los peludos. ¡Parecían mil!, me dijo. Se quedó helado, presintiendo que iba a ser atropellado por una locomotora. Pero observemos ya al militante común y aún al común de los cristianos. Si va solo es como la pieza suelta de un rompecabezas, tiene la forma del otro, vacante, en las riveras de la piel. Están hechos para la congregación, completados por una estela popular a la que adhieren incluso con las palabras, que suelen evocar historias recientes donde estaban juntos. Juntos y completos. El tiempo completa el espacio. Cuando van de a muchos forman un todo tan abigarrado que se vuelven indistintos, impenetrables sino es a cuchillo o a bala (lo sabe Dios, la policía y los infiltrados, si cabe la distinción). A Pasillito le pasa al revés: aunque vaya en barra se lo ve bien solo, como el pichón más flaco que la rapiña recorta en la desbandada. Pobre Pasillito. Se hizo egoísta. Pro. En la campaña le prometieron ponerle una cerca alrededor del cuerpo. ¡Vamos los jóvenes! Pero, ay Néstor, ¿a dónde? (la cerca no tenía ventanas).
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