Aficionado a la literatura, muy querido en el medio iletrado, su amor por Dante Alighieri nos dejó un hijo inobjetable: Dante Sabatarelli.
sábado, 30 de abril de 2011
martes, 26 de abril de 2011
sábado, 23 de abril de 2011
miércoles, 20 de abril de 2011
Aguante la Federal, mueran los gorras, fascistas y milicos Metropolitanos
Si le perdono a Dolina y a la Pechocha el prorrateo de vulgaridad que han desplegado por el mundo, a Feinman "el bueno", la cara de papa y su infinito parloteo contra todo lo que es lúcido, si le perdono a Fito sus discos noventosos de amor berreta: ¿por qué no le iba a perdonar a la Federal las frías madrugadas que me hizo bajar los pantalones para ver si escondía droga, las noches de calabozo por "averiguación de antecedentes" o el famoso "estado de ebriedad en grado 3", ahora que es la Yuta-K?
No duele igual que te faje un Federal o un Metropolitano: el cuerpo debe ser pensado en términos ideológicos. No le hagas el juego a la derecha, entregá tus documentos. No corras. Se cristiano, poné la otra mejilla. Ponele el cuerpo a la Presi.
Agrupación: "de la casa al trabajo y del trabajo a la casa". Por un peronismo bien conducido.
martes, 19 de abril de 2011
Denuncia contra el plan de asignación por embarazo
Zanz denuncia ofensiva K para llenar el país de negros: "incentivan los coitos con estos choripetes." Oposición votaría en conjunto Ley contra el Franco de Mucamas. Bergoglio exige retorno de Mita, Encomienda y Yanaconazgo.
domingo, 17 de abril de 2011
miércoles, 13 de abril de 2011
domingo, 10 de abril de 2011
Pasillito
¿Les conté la historia de Pasillito? Pobre Pasillito. Fue a la plaza a despedir a su querido ex presidente, estaba hecho pomada. Pero no pudo terminar de sentir el pésame. Se tuvo que ir antes. Y no era la primera vez que le pasaba, incluso en plazas menos tristes. El tipo quería ser militante. Era una señal que leía en la época y que leía bien. Ese no es el problema. Ni siquiera es un asunto estrictamente político, sin dejar de ser popular. Le pasaba en la cancha cuando era pibe y en los conciertos de Rock. Le pasa todos los días en las paradas de los colectivos. Basta que un montón se junte para que ocurra. Pobre Pasillito.
Como todo el mundo sabe, en las muchedumbres están los que van y los que vienen, los que se encuentran con amigos, quieren un pancho o una coca, avanzan, retroceden, se acercan al escenario o se marchan. Naturalmente, tienen que pasar por algún lado, abrirse paso por las partes menos apretadas. Y existe una habilidad que concierne a saber moverse al interior de la masa, sin encontronazos ni atascamientos. Lo que no es natural de ningún modo es que todos elijan “naturalmente” pasar por donde está Pasillito. Por adelante, por atrás, por los costados, a veces por los cuatro lados a la vez: todos encuentran en Pasillito un camino abierto. Además, como se sabe, basta que se mande el primero por un lado, para que el camino le quede abierto al segundo, al tercero, y a este le siguen cuartos y quintos, a menos que uno sepa cerrar el paso. Y hay que saber hacerlo, si uno quiere ocuparse alguna vez de las acontecimientos que lo convocan (los codazos de las viejecitas, los cigarrillos a la altura de los ojos de los hijos de puta, los abrazos, saltos y avalanchas de los chupandines y los pandilleros, cierto mal olor que se adivina al leer una silueta, etc.). A esta última habilidad que en alguna medida cualquiera posee, menos Pasillito, se debe que todos los caminos confluyan en él, desde los confines de la multitud (un asterisco visto del cielo, que parece divertir a los de arriba, dioses o helicópteros). A veces piden permiso, otras lo empujan. Llegado el caso, Pasillito ha cedido el lugar preventivamente, para dejar pasar, pero los otros se han quedado con ese lugar, no lo han devuelto. Y había que verlo entonces en puntas de pie, sin respirar, entre dos gordos, maldiciendo bajito. Pobre. La razón, sin embargo, no es meramente de tamaño (no es un camionero enorme y tatuado, claro está). En la parada del colectivo muchos son los enanos y las pequeñas mujeres, entre delgaditas y anoréxicas, pero lo mismo los transeúntes lo eligen a él para acortar camino. Hay algo más, ¿cómo decirlo? ¿Cuestión de piel? Un amigo me puso en al pista. Tenía una entrevista en la Biblioteca Nacional. Se abrió la puerta del salón donde iba a encontrarse con H. González: salieron 5 gremialistas. De los peludos. ¡Parecían mil!, me dijo. Se quedó helado, presintiendo que iba a ser atropellado por una locomotora. Pero observemos ya al militante común y aún al común de los cristianos. Si va solo es como la pieza suelta de un rompecabezas, tiene la forma del otro, vacante, en las riveras de la piel. Están hechos para la congregación, completados por una estela popular a la que adhieren incluso con las palabras, que suelen evocar historias recientes donde estaban juntos. Juntos y completos. El tiempo completa el espacio. Cuando van de a muchos forman un todo tan abigarrado que se vuelven indistintos, impenetrables sino es a cuchillo o a bala (lo sabe Dios, la policía y los infiltrados, si cabe la distinción). A Pasillito le pasa al revés: aunque vaya en barra se lo ve bien solo, como el pichón más flaco que la rapiña recorta en la desbandada. Pobre Pasillito. Se hizo egoísta. Pro. En la campaña le prometieron ponerle una cerca alrededor del cuerpo. ¡Vamos los jóvenes! Pero, ay Néstor, ¿a dónde? (la cerca no tenía ventanas).
la Puente
Maximiliano de la Puente es el único dramaturgo que conozco cuyo teatro no me hace doler el culo de aburrimiento. El único que entendió, diría que antes de nacer, que el humanismo siempre es Grazi (grasa y nazi). Que sólo las máquinas intensifican los afectos alegres (como B. Keaton). Y que la escena es altar o púlpito si no se deja al hombre en bambalinas y las bambalinas en los lamparones de las sábanas.
Subir al escenario es ponerse a la altura del hombre, es decir, cagar más alto que el culo. Esto me hizo odiar el teatro durante mucho tiempo: los noventa olían demasiado mierda para andar levantando vuelos por encima de la sepultura. Yo me tenía que esconder para salir a la calle y otros se hacían aplaudir... dos veces. Sus máquinas humoríficas, en cambio, se cubrían la jeta con un espejo, actuaban de espaldas y hablaban con las rodillas; entonces un día salí de mi capucha y le eché un aplauzo en la jeta: creo que se murió de vergüenza. Desde ese día siempre lo vi resucitado con la forma de un animal que no fue invitado al arca de Noé. Me dije: ¡santa capucha!, un contemporáneo: no sabe tratar a la gente, hablarle, dar la mano, mirar, tocar, en suma, no subestima, acecha.
sábado, 2 de abril de 2011
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